viernes, 5 de diciembre de 2014

Papá, vamos a imaginar

Papá, vamos a imaginar - Ayla Sofía, 2 años y 5 meses


Eso me dijo antier mi hija mientras jugábamos. Vamos a imaginar. Sólo se me ocurrió preguntarle: ¿qué quieres imaginar? y sin dudarlo respondió "fichas". Así que imaginamos fichas, que un segundo después se convirtieron en un castillo con todo y sus habitantes y después en un tren. Un ratito después me dijo "papá, soy mágica" y con un gis verde que en ese momento era varita mágica me convirtió en sapo, después en pez y más tarde en pakua (sigo investigando que es eso).

Me sentí orgullosísimo al saber que tengo una hija mágica y que además me invita a imaginar. Vamos a imaginar. No me he podido sacar la frase de la cabeza. Papá, vamos a imaginar.

La bronca-bendición es que Ayla Sofía me puso a pensar. ¿Y yo? ¿Qué quiero imaginar yo? No está padre quedarme atrás, así que decidí ponerme a imaginar.

Voy a imaginar que crezco, que me vuelvo más generoso, más valiente, más decidido, menos soberbio y menos wey. Que aprendo a amar más de a deveras. También voy a imaginar que sigo imaginando después de los 38, después de los que vengan, que un día me descubro como un viejito bien imaginativo.
Voy a imaginar que Ayla Sofía crece sana y feliz, que no se olvida de escuchar su corazón, que hace buenos amigos, que sigue riendo y cantando, que los trancazos que le toquen no sólo la hacen fuerte, sino también humana. También voy a imaginar que se cuida, que se ama y que conforme crece puede extender ese cuidado y ese amor. Voy a imaginar que es princesa, guerrera, bailarina, cantante, exploradora del ártico, pirata, sanadora, maestra, astronauta.
Y ya que en esas estamos, vamos a imaginar que cambiamos algunas cosas.
Vamos a imaginar que ya no vemos asaltos, asesinatos, desapariciones, corrupción, ni fosas en los medios; no porque no nos las quieren mostrar, tampoco porque volteamos hacia otro lado, sino porque logramos construir una sociedad distinta.
Vamos a imaginar que se nos acabó el miedo, la indiferencia, la auto-importancia, la estupidez.
Vamos a imaginar que se puede jugar en las calles, platicar con los cajeros de un banco, sonreirle al vecino, ceder el paso, confiar en el policía y hasta saberme su nombre.
Vamos a imaginar que sembramos muchos árboles y los cuidamos. Que nos sentimos orgullosos de nuestra herencia, de nuestro linaje, de nuestro México.
También que nos gobiernan los mejores, los más honestos, los más brillantes, los más entregados. Que en lugar de regalar televisiones, se regalan balones de fut, canchas de basquet, boletos al concierto y al teatro, que se comparten muchos libros.
Vamos a imaginar que superamos Ayotzinapa, porque los chavos aparecen sanos, porque se hace justicia con los culpables, porque el dolor nos hizo más solidarios y más hermanos, porque nos dimos cuenta que somos más fuertes de lo que nos querían hacer pensar. Porque nunca más vuelve a pasar.
Vamos a imaginar que florecen las artes y las ciencias, las charlas y los abrazos, el deporte y la cultura. 
Vamos a imaginar que no quedamos en deuda con Ayla Sofía y con ningún otro chamaco, que les heredamos un ejemplo valiente y amoroso, que les dejamos una patria más sonriente: una tierra donde puedan pararse firme y un cielo que les permita soñar.
Vamos a imaginar que nosotros también nos dimos cuenta que somos mágicos.

Si, vamos a imaginar. 



Sergio Hernández Ledward
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viernes, 14 de noviembre de 2014

Entre el llamado y la desesperanza

Pues sí, México nos duele a muchos, parece que cada vez nos duele a más.
Casas millonarias hechas de ceniza, lodo y sangre, avión imperial que vuela alto y lejos para no mirar lo que pasa abajo y cerca, puertas de palacio que se queman y parece que no de rabia sino de conveniencia. Y entre otros muchos: 43 que nos siguen faltando.
La suprema corte dice que no, que no podemos opinar sobre "nuestro" petróleo, que no, que no podemos opinar sobre los pluris, que no, que no podemos decir qué pensamos del salario mínimo. Corrupción y tranza por todos lados. Un procurador cansado.
Y entre muchos otros: 43 que todavía nos faltan.
Por un lado rabia, por el otro indiferencia. Por un lado tristeza, por el otro soberbia. Por un lado impotencia, por el otro cerrazón. Y por casi todos lados: desesperanza.
Claro que hay chispazos de luz, ahí está Solalinde, ahí está Aristegui, los cafetos encendiendo velas, ahí sigue Elenita. Ahí están los goles de Carlos Vela, alegría superficial pero alegría a fin de cuentas. Ahí están los que siguen marchando exigiendo justicia -si, a mi me esperanzan. Yo caminé el sábado en el DF y me alegró mucho caminar despacio entre un pequeño contingente gay, al lado las mujeres feministas, adelante los del MTS (que me enteré no es el movimiento de trabajadores sexuales, ni muchos tipos solidarios, sino los trabajadores socialistas), justo atrás venían los chavos del ITAM, todos coreando "¿dónde están? ¿dónde están? ¿nuestros compas dónde están?" ¡Pura diversidad!... me da esperanza, chiquita pero esperanza.

En estos días me han estado rondando preguntas ¿es posible cambiar a México? ¿seremos capaces de hacerlo? y si la respuesta a las primeras dos es afirmativa, entonces: ¿qué hacemos?
Según la Programación Neurolingüística para intentar algo tenemos que creer que es posible. Si lo consideramos imposible no movilizaremos nuestros recursos, nuestra energía, nuestra inteligencia. Tengo la triste sensación que aquí está uno de los grandes impedimentos; me parece que muchos piensan que no, que no es posible, que estamos en las garras del destino, la genética, los políticos chafas o el mismísimo Mictlantecuhtli, que ya nos fregamos y que deberíamos resignarnos.
Poniéndome optimista y pensando que me equivoco y que somos muchos -muchos más de los que me doy cuenta- que dicen: si, si es posible, entonces viene la segunda pregunta ¿somos capaces de hacer de México un país honesto, justo, solidario, en paz? ¿un país donde no manden ni el miedo, ni la indiferencia, ni el egoísmo? Si no nos creemos capaces, tampoco lo intentaremos; y aquí habríamos de cambiar el plural por el singular ¿soy capaz de hacer de México -por lo menos de un cachito de México- un país honesto, justo, solidario, en paz? habría que cambiar el singular por muchos singulares ¿y yo? ¿y yo? ¿y yo?
México no se ha muerto, está herido y duele muy cabrón. Ojalá podamos decir: Sí, si es posible. Si, si soy capaz. Si, si somos capaces.

Apostándole nuevamente al optimismo entonces habría que preguntarnos ¿qué hacemos? cada uno y en lo colectivo. Nuestras acciones e inacciones nos tienen en el lugar que estamos, ¿qué tendríamos que hacer diferente? ¿qué pensamientos distintos debemos cultivar, fomentar, alimentar? ¿qué palabras distintas podemos expresar, cantar, escribir, compartir, escuchar? ¿qué acciones pequeñas y grandes necesita nuestro país de nosotros?

Con la aspiración de que el dolor, el luto, la rabia, e incluso la desesperanza nos sirvan (me sirvan) para sacudirnos y construir un país que nos permita seguir soñando.





Sergio Hernández Ledward
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¿Por qué seguir contando historias?



viernes, 10 de octubre de 2014

Luna de sangre

La luna se pintó de rojo 
como si fuera un espejo, 
reflejo de fosas y manchas de sangre.

Se pintó de rojo
como herida de 43 puñaladas
como desangrando lento.

Roja de ira, de furia,
salvaje hermana nuestra
como embozada tras un paliacate
marchando en silencio.

Se le puso roja la cara de vergüenza
lastimada por aviones millonarios
dolida por la indiferencia.

Meztli se tiñó de sangre
como ofreciendo el corazón
a enloquecidos dioses de la muerte.

Duele la coincidencia.


Sergio Hernández Ledward
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viernes, 3 de octubre de 2014

Rescatando al estudiante interior

Hace algunos años escuché la idea de entrar en contacto con el niño interior, de volver a jugar y reír y vivir en el presente como lo hacíamos de niños. La idea me pareció maravillosa: ¡el chamaco no se ha muerto! incluso me dijeron que había que sanarlo, alimentarlo, apapacharlo, perdonarlo y pedirle perdón... Después del impacto inicial me quedé pensando si habría un adolescente, un adulto joven, un adulto maduro y hasta un viejito interior; y si al igual que el niño tendrían regalos importantes que brindarnos.

En estos días en los que el 2 de octubre no se olvida, en los que la banda del Poli nos muestra que es posible dejar de resignarse, y en los que tuve la fortuna de charlar con un montón de chavos de la Universidad de Colima, quiero pensar que en el interior de las personas -en el mío y en el tuyo- también hay un estudiante universitario interior. Me gustaría rescatar los regalos que puede darme. 
Quisiera pensar que dentro nuestro aún hay rebeldía, que hay inteligencia, que hay brío. Si conectamos con el estudiante interior podríamos recuperar curiosidad y hacer muchas preguntas sin conformarnos con respuestas a medias, podríamos recuperar sueños y utopías, nos sabríamos poderosos, tendríamos la fuerza del desmadre, de la amistad sin interés, de saber que tenemos manos para tenderlas, que tenemos pies para andar el mundo, que tenemos corazón para amar. Seguramente también recuperaríamos un poco de confusión pero no nos habríamos acostumbrado a ella, buscaríamos y discutiríamos, nos cansaríamos menos, tendríamos esperanza, seríamos más valientes y le faltaríamos más al respeto a las falsas jerarquías, a la estupidez y la indiferencia.
Tal vez en una de esas hasta resultaría contagioso, se escucharían muchos ¡Huelum! y muchos ¡Goya!... quien sabe tal vez hasta cambiaríamos el mundo.

No estoy seguro, pero tal vez se puede. A la mejor en mi interior hay un niño sonriente, un adolescente que busca ser libre, un adulto joven que sigue soñando, un adulto maduro que es útil y sereno, un viejito que se volvió sabio... y un universitario que construye mundos diferentes.

Sergio Hernández Ledward
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viernes, 26 de septiembre de 2014

Mi credo

Tiene rato que no escucho a Pepe Aguilar y aquello de "pedazo de cielo, abrázame fuerte, mi trébol de buena suerte"... pero la idea del credo me ha estado rondando la cabeza.
Desde la visión de la Programación Neurolingüística -y pues a eso me dedico- las creencias y los valores son uno de los niveles profundos del ser humano, permiten o inhiben nuestras capacidades, hacen que nos comportemos de tal o cual manera, nos dan una sensación de certeza. En el mundo new age se dice "lo que crees es lo que creas". Guerras fraticidas -entre países o dentro de familias- se desatan por creencias diferentes y cuando fui al catecismo me enseñaron a repetir "creo en un Dios Padre todo poderoso, creador del cielo y de la tierra..."
Así que sin duda las creencias tienen punch.

En un ratito daré una conferencia en la UTEQ en Querétaro y decidí comenzarla compartiendo mi credo... la bronca es que no lo tenía del todo claro (de hecho todavía no lo tengo del todo claro). Pero si me hice la pregunta ¿en qué creo? ¿en qué quiero creer? 
Aquí les van mis respuestas parciales, sólo para invitarte a que le eches una pensadita al tuyo. 

Creo que estamos llamados a ser felices y ayudar a que los demás también lo sean, o por lo menos no estorbarles mucho.
Creo que la juventud es un estado mental y que mientras haya sueños hay vida
Definitivamente no creo en frases que empiezan con "en mis tiempos". Estos son mis tiempos, creo que los jóvenes (y los niños y los viejitos) no son el futuro, son el presente.
Creo que las preguntas casi siempre son más importantes que las respuestas.
Creo que el amor es más fuerte que la muerte. Creo que la creatividad humana es más grande que nuestras terribles broncas y gigantescos retos. Creo en el poder de los cuentos y las sonrisas.
Creo que nuestro país sigue vivo, que no está vencido, que aún no se pierde la esperanza. 
Creo que la esencia de cada ser humano es luminosa. Creo en el juego y el disfrute para aprender.
Creo que el universo es sagrado, que los laureles son bellísimos y que el aroma a lluvia y a café son la neta del planeta.
También creo que soy muy afortunado, que formo parte de un linaje humano engarzado en el amor. Creo en los amigos y en los chistes malos.
Creo que hacemos falta mas grandes, más generosos, más creativos, más humildes, más humanos.
Creo que México será campeón del mundo en futbol (no estoy seguro de cuando), creo que terminaremos con lo injusto, creo que somos más grandes que nuestros políticos tranzas, nuestra televisión idiota, que la mordida y el pillaje.
Creo que los viajes y los libros ilustran y que hay tanto mundo que no terminaré de ilustrarme. Creo en la poesía, en el son, en que debemos cantar más y hacerlo juntos.
Creo que merecemos cambiar al mundo. Creo -como Kung Fu Panda- que el presente es un regalo (y es lo único que tenemos).
Creo que me la voy a pasar poca madre en la conferencia en un ratito, que sembraremos juntos algo útil.
Y creo que por hoy es suficiente con tanta creencia,

Sergio Hernández Ledward
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viernes, 19 de septiembre de 2014

Juventino Rosas contra la Virgen de Guadalupe

Aunque parece ser el título de una película setentera del Santo, no lo es.
Juventino Rosas es un municipio guanajuatense cerquita de Celaya, un pueblito junto a un pueblo, diría algún amigo chilango. También es pasada obligada para ir de Celaya a Guanajuato capital por la carretera libre. Es uno de esos sitios pequeños que muchos de nosotros conocemos sólo por sus topes en la carretera.
Pues bien, Juventino Rosas también fue un músico mexicano de origen otomí que nació en ese pueblito y murió de 26 años en un viaje a Cuba, se hizo famoso -pero nunca rico- por su vals "sobre las olas" y hasta Pedro Infante lo interpretó en una de sus películas.
Durante varios años he pasado por los topes de Juventino, el pueblo, rumbo a Guanajuato y visto la estatua de Juventino, el músico, que estaba justo en la glorieta a la mera entrada de la cabecera municipal... siempre pensé que la estatua era pequeña, que la deberían poner en un pedestal más alto, que se vería más bonita con flores alrededor... hasta ayer.
Ayer al ir manejando por el mismo camino -más polveado por cierto ya que lo están arreglando- rumbo a los mismos topes, no me recibió el otomí ni su violín, sino la compasiva mirada de la Virgencita de Guadalupe; en el mismo sitio ahora está una escultura de la Guadalupana. La verdad es que les quedó bonita, se ve colorida y amorosa, estoy seguro que muchos pasaran por ahí y se sentirán reconfortados... yo no. No me dio gusto ver un símbolo del amor perfecto en el lugar que ocupaba el violinista, no entiendo el afán de extender a toda la ciudad el atrio del templo; no se porqué se les olvida a nuestros muy mochos gobernantes guanajuatenses que los protestantes, los musulmanes, los ateos, los judíos, los budistas y los adoradores de Baco, Hermes, Ra, la ciencia o Tezcatlipoca también son guanajuatenses, también pagan sus impuestos (algunos) y pueden entender la hermosa mirada de la virgen como una falta de respeto de nuestras muy laicas autoridades.
Podría exigir que pongan una estatua de Moisés, otra de Mahoma y una más de Buda en las otras entradas al pueblo, pero creo que ni los shintoistas, ni los hare-krishnas, ni los jainistas y menos los juaristas quedarían contentos. Tal vez lo más fácil sería poner a Don Juventino de vuelta en su lugar y que nos reciba -o nos de el paso- con un bellísimo vals.
Yo por lo pronto me pondré a escuchar "sobre las olas"... aunque no niego que me gusta el estribillo de "desde el cielo una hermosa mañana, desde el cielo una hermosa mañana"

Ahhh y por cierto todo lo anterior también aplica a la muy republicana ciudad de Celaya, Guanajuato y la Virgen de la Purísima Concepción que nos da la bienvenida cuando llegamos por la libre desde Querétaro.

Sergio Hernández Ledward
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viernes, 12 de septiembre de 2014

Que México Viva

Se acerca el 16 de septiembre y he estado pensando qué México quiero que viva. ¿Por cual México vale la pena gritar (y soñar, trabajar, discutir, imaginar)? 
Para mi no es una pregunta ociosa y menos en tiempos en los que el zócalo se vuelve estacionamiento y en los que me cuesta trabajo mantenerme optimista por el presente y futuro del país. Así que decidí hacer un ejercicio de recolección de pequeñas y grandes esperanzas por las que quiero gritar ¡Que viva México! 

¡Qué vivan los mexicanos que aún se inspiran con Miguel Hidalgo, José María Morelos, Benito Juárez, Francisco I. Madero, Pancho Villa, Emiliano Zapata y Lázaro Cárdenas! Qué vivan los que creen que nuestros grandes no se han ido del todo.
¡Qué vivan los indígenas que charlan, escriben, cantan y hacen poesía en su lengua original!
¡Qué viva la UNAM, el Politécnico, la Ibero y el Tec! ¡Que vivan las universidades autónomas y los tecnológicos regionales, sus maestros y sus chavos!
¡Qué vivan los que no le creen -o le creen poquito- a Televisa! Qué vivan los que se comprometen a no mentir y no engañar.
¡Qué vivan los que son honestos pudiendo ser transas, los que tienden la mano pudiendo ser indiferentes, los que se atreven a hablar cuando callar es más sencillo!
¡Qué vivan Carmen Aristegui, Lydia Cacho, Rosario Ibarra y Elena Poniatowska!
¡Qué vivan las y los distintos! Los que defienden su verdad y saben escuchar la verdad del otro. ¡Que viva el diálogo que no busca imponer sino aprender!
¡Qué vivan los médicos que salvan vidas en el IMSS! ¡Los maestros que se la parten en cada rincón del país! ¡Los policias que se mantienen honestos!
¡Qué vivan los bomberos y la cruz roja mexicana!
También los ciclistas, los lectores, los tatuados, los mimos y los cuentacuentos, los que usan las paredes para hacer arte. Qué vivan los que no se conforman, los que se quejan, los que proponen.
¡Qué vivan los que a pesar de nuestro gobierno logran prosperar chambeando honestamente!
¡Qué vivan los niños triquis y que al crecer sus triunfos los impulsen! 
¡Qué vivan Raul Vera y Alejandro Solalinde! Qué viva todo mexicano solidario con nuestros hermanos centroamericanos.
¡Qué vivan los niñonautas! 
¡Qué vivan los mexicanos que persiguen sus sueños fuera de México! Los que extrañan las tortillas recién hechas y los chiles toreados.
Qué vivan los apasionados de su trabajo, de su arte y de su estudio; los que se entregan y aún siendo lunes les brillan los ojos.
Qué vivan los que hacen cosas pequeñas por los demás, los que ceden el paso, los que te sonríen sin conocerte, los que siguen amando después de muchos años.
¡Qué vivan los papás de la guardería ABC! ¡Qué viva su fuerza y su anhelo de justicia!
Qué viva Wirikuta, qué viva Cherán, qué vivan los caracoles zapatistas. Qué viva el Museo Nacional de Antropología, qué vivan los huapangueros de Xichú y los soneros veracruzanos. Qué vivan los que se echan su cascarita futbolera, los que bailan danzón cada domingo.
¡Qué vivan los que creen que ni la patria, ni el corazón se venden!
Qué vivan los que se indignan con lo injusto. 
Qué viva cada mexicano que dedica tiempo y energía a lo bello, lo bueno, lo justo y lo verdadero.
¡Qué vivan los que no han perdido la esperanza!

¡Qué viva México! Qué Mexico viva

Sergio Hernández Ledward
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martes, 9 de septiembre de 2014

Debates tecnológicos

Este fin de semana tuve la fortuna de dar clase una vez más en el Centro Mexicano de PNL en Ciudad de México (que está estrenando instalaciones en la Nápoles). Como siempre disfruté enormemente al grupo y recibí la generosidad de Esthela y Luis Arturo que me regalan hospedaje, amistad y buena charla.

Durante uno de los descansos la plática se fue hacia el internet y sus riesgos; y el tema se quedó dando vueltas en mi cabeza. Algunos defendían la idea de que la tecnología más que unirnos nos está separando -de los demás, del mundo real y hasta de nosotros mismos. Ejemplos hay y de los buenos: desde la reunión familiar donde los ojos, las manos y la atención están en el teclado y la pantalla más que en los amigos y hermanos, la fantasía de tener miles de amigos en Facebook que ni conozco, pasando por el letrero en un café de Coyoacán: "Aquí no hay wi-fi, por favor platiquen entre ustedes", o esa vez que estábamos en un rincón de la selva lacandona y escuchamos el grito de emoción de una amiga adolescente al descubrir  que ahí SI había señal, incluso uno de los compañeros planteó que muchas veces usamos la red y la tecnología para evadir nuestro dolor y aletargarnos (hacernos weyes, pues); todo eso sin mencionar el acceso a la violencia, la intrascendencia, la pornografía infantil, el riesgo de trata y el cyber-bullying a un click de distancia. Ni como negarlo de que hay riesgo, hay riesgo. Ni como no ponerme el saco: la adicción wi-fi ha hecho que platique menos en vivo, que me tarde más en terminar mi tesis y hasta que lea menos. 

Por otro lado: ¡Bendita conexión! 
Sólo en las últimas semanas y gracias a esta maravilla tecnológica, me enteré del proyecto Ha Ta Tukari que está llevando agua potable a comunidades huicholas, me estrené de blogger, vi -y compartí- un chingonsísimo video de la bamba que enciende esperanzas, conocí y charlé con Ernesto Anaya (exfolkclorista y músico de los buenos), me whatssopié con mi esposa y me mandó las últimas fotos de mi bellísima hijita, ¡compré boletos para el concierto de Café Tacvba!, platiqué con mi hermana chilanga, postié en Facebook mis razones para estar agradecido y todo eso sin hablar de chamba: revisé algunas ideas con el diseñador editorial de mi siguiente libro en California,  mandé y recibí propuestas, compartí un par de presentaciones en prezi... 
Reflexionar en esto me hace preguntarme ¿cómo le hacían nuestros ancestros para sobrevivir y conectarse unos con otros? ¿cómo pude sobrevivir a una adolescencia sin 4G ni pantallas touch?
Fuera de broma: el internet nos conecta, ni como negarlo. 

Pues el debate da para mucho y mucho más profundo de lo que yo comparto. Me parece que las tecnologías actuales son como el océano: pueden poner inmensa distancia entre nosotros, nos pueden separar del mundo que queremos y hasta de nosotros mismos, "zombificándonos" y alejándonos de lo verdaderamente valioso; por otro lado también son como el océano: unen una tierra con otra, nos conectan, nos acercan, nos brindan posibilidades inexistentes de otro modo, hacen que nuestra voz suene lejos, que nuestra mente se abra, que corazones físicamente distantes puedan estar cerquita, cerquita, puede ayudar a humanizarnos. 
Tengo claro que debo tener cuidado, que la adicción está gruesa... y también tengo claro que le apuesto más al mar que une que al océano que separa.

Sergio Hernández Ledward
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viernes, 5 de septiembre de 2014

Entre el odio y el amor (o aventuras con Jumapa)

Vengo saliendo de la Junta Municipal de Agua Potable y Alcantarillado de Celayork de las Cajetas; mas conocida por mis paisanos como Jumapa. Y no se me ocurre una mejor manera de definir nuestra relación que "entre el odio y el amor".
Debo confesar que por muchos años he sido anti-jumapista de hueso colorado; cada que veo una calle cerrada, un bache o una fuga, algo oscuro dentro de mi dice "seguro fueron los de Jumapa", pago mi consumo anual del agua por adelantado no tanto por aprovechar el descuento de enero, sino para sólo verlos una vez al año. Son para mi un mal necesario... y hay mucho de irracional en esto.
Sé que hay gente entregada, chambeadora, honesta y cálida que trabaja para la Junta, uno de mis mejores amigos ahí trabaja y la verdad es un tipazo, trabajador y responsable como seguramente hay muchos más. También sé que debería agradecer el suministro que me brindan, nunca me he quedado sin agua y me baño casi a diario gracias a la chamba de muchos. Peeero hay algo oscuro dentro de mi, me fijo en lo malo,  me brincan las fallas, me desesperan los trámites y pa' acabarla lo quiero rapidito y de buen modo.

Bueno, pues hoy fui a Jumapa y me atendió Lupita. Casi resolvió lo que yo necesitaba, me atendió pronto, hizo su trabajo y yo me acordé de porqué no me gusta visitarlos. Hace un par de días José Luis Horta -un buen amigo de Irapuato- me decía que las máquinas no pueden dar servicio, que servir es una cualidad humana, que por eso la palabra empieza con SER y termina igual que VIVIR y que el servicio sólo se da cuando dos seres humanos se relacionan y se ayudan.
Ni modo, Lupita entonces no me dio un buen servicio; nunca me miró a los ojos (ni por un segundito) para ver quien era él que venía a ver en qué había quedado su alto consumo, no me regaló ni media sonrisa, no me explicó porqué quedó así la cuenta, me dio un par de órdenes y sin levantar la vista me deseó un buen día. Que lástima, estoy seguro que es una buena persona, que quiere hacer bien su trabajo, pero no logramos tener una relación -aunque fuera cortita- como debería ser una relación entre seres humanos.

Pero esta historia no es sólo odio, también es amor. Antier fue don José a revisar el predio, mis respetos para el señor. Me explicó a detalle lo que tenía que hacer, se subió conmigo a la azotea, me contó de la diferencia de los flotadores de poliuretano y los de plástico, me enseñó que una fuga se detecta por los restos de sarro y ante mi mirada de sorpresa me dijo cual es la mejor marca para las válvulas de una cisterna. ¡Para acabarla hasta se despidió de mano! Se veía que su trabajo le gusta y que no teme mirar a los ojos y extender la mano. Ojalá muchos aprendamos de él.

Así que entre el amor y el odio. Que se multipliquen los Josés, que les aprendamos mucho. Que las Lupitas crezcan, aprendan, resuelvan sus broncas y puedan mirar a los ojos y sonreír.
Luego les cuento como me va en mi próxima visita que no será hasta enero sino en dos semanas.

Sergio Hernández Ledward
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